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Ao compa Fran de Paula, pioneiro da liberación documental e gran maestro

III. Apuntes Bibliográficos

Las Fronteras

               No hablaremos de aquellas que artificiosamente han levantado entre los pueblos, hombres que se titulaban dueños y señores de las naciones. La historia, harto conocida de las mudanzas sufridas a través del tiempo por cuantos organismos han vivido o viven la vida del derecho, habla más elocuentemente que cuanto nosotros aquí pudiéramos decir. Esas fronteras ni por la razón, ni por el sentimiento tienen fundamento alguno. Solo por la lógica de una política bizantina se explican, y la falsedad de esta presupone correlativamente la de aquellas.

               Repetiremos una vez más lo que han dicho en mejores y más precisos términos hombres eminentes de la filosofía y de la sociología: todo organismo colectivo, asociación, nación, comarca o pueblo, no puede fundarse más que en la voluntad de las partes que lo constituyan. Las necesidades comunes, las afinidades sociales, y la mutualidad de los servicios determinarían, en un estado de cosas equitativo, la formación de esos organismos mediante la expresa voluntad de los interesados. Todo otro proceso de composición es puramente artificioso, y aunque de hecho exista no se convertirá jamás en derecho, como acontece con una multitud de hechos que a nadie se le ocurre apreciar como estado de cosas legal y justo.

               Hablemos, pues, de otra clase de fronteras, de las naturales, que son el último baluarte en que se refugian los trasnochados defensores de un más trasnochado patriotismo.

Y conste que el sentimiento de la patria, o mejor el cariño al lugar o medio donde cada uno de nosotros se ha desenvuelto y crecido, vive en nuestros pechos tan poderoso por lo menos como pueda vivir en el de los que pretenden hacer de la patria un santuario al que no se puede tocar so pena de profanación. Negar aquel sentimiento o carecer de él, valdría tanto como rechazar el oxígeno que alimenta nuestros pulmones o pretender la vida sin él. Lo que nosotros rechazamos es el exclusivismo de ese sentimiento y la extensión que se le atribuye. En algunas provincias de España se sentirían extranjeros muchos de esos patriotas conspicuos que hablan porque para eso tienen el órgano correspondiente. La patria en puridad es para el hombre el lugar donde ha nacido, donde ha vivido. Si se extiende más allá es en tanto cuanto extiende el hombre también sus relaciones, sus afectos más caros y su esfera de acción.

               Algunos compatriotas nuestros se ven acometidos de la «morriña» apenas se encuentran en cualquier otra comarca de España. Un vascongado es una planta rara, llevado a Castilla, Andalucía o Galicia.

               Un andaluz no vive contento ni se considera feliz donde no goce de la espléndida luz y de la alegría y el bullicio de aquella tierra de la gracia, del canto y del baile flamenco. Por este lado, pues, el sentimiento de la patria sufre tal limitación que solo es comparable al sentimiento de la familia en frente del amor por toda la humana especie.

               Examinando el aspecto opuesto de la cuestión se observa que esos limites naturales cuyo rigor tanto se decanta, no existen en ninguna parte. No siempre los grandes ríos ni las mas elevadas cordilleras suponen separación de caracteres, de usos y de costumbres. No siempre, por el contrario, estas diferencias están dadas por cordilleras y ríos que los determinan. Y cuando a las llamadas fronteras naturales corresponden diversos caracteres, diversos usos y diversas costumbres, conviene observar que en la naturaleza no se dan esas líneas rigurosas, esos saltos tremendos, esos cortes rígidos que implican una diferenciación completa. Jamás las capas de tierra pasan de una a otra categoría rápidamente. No se cambian las condiciones del suelo de un modo brusco. No se va de una a otra clase de cultivo, con arreglo a aquellas condiciones, sino mediante una necesaria solución de continuidad. De los minerales a los vegetales hay un término medio que no se puede clasificar ni con los unos ni con los otros.  De los vegetales a los animales ocurre otro tanto. ¿Son las fronteras naturales una excepción en la naturaleza? ¿Es un río un abismo abierto entre dos márgenes? ¿Surgen las alturas de los llanos como cortadas a pico?

               Citaré un caso práctico y reciente.

               Por mi cargo, profesión o lo que sea, he tenido que asistir hace algunos días a la fijación de la línea límite entre una parte de la provincia de Toledo y otra de la de Cáceres. Reuniéronse con este motivo representantes de cinco o seis pueblos de ambas provincias. La Sierra de Altamira, agreste e inaccesible en alguna de sus partes, separa por este lado en una extensión de ocho quilómetros próximamente, a unos de otros pueblos. De pronto la línea divisoria se separa de la cresta de la sierra y baja casi en línea recta a la llanura.

               La diferencia de nivel entre estos dos puntos alcanza la friolera de 580 metros.  ¿Qué por donde va después dicha línea? Pues por cualquier parte, atravesando distintas propiedades y sin que el menor accidente natural la determine ni la explique razón alguna. Es lo arbitrario, lo puramente arbitrario.

               Pues bien, en lo alto de la Sierra no pude distinguir quienes eran castellanos y quienes extremeños, mientras en la llanura extremeños y castellanos se diferencian por el traje, por el acento y por las costumbres. Aquellos a quienes separa una línea arbitraria trazada en la llanura en continuo zic-zac, se diferencian de tal modo que no es posible confundirlos.

               ¿Cuál es, en vista de este dato que podría producirse en mil lugares distintos, la lógica de las fronteras naturales y artificiales? ¿Qué las justifica y explica?

               Las fronteras son la expresión del capricho perpetuado por el hábito y el respeto indebido de los pueblos a la voluntad de los déspotas. Si la patria se explica como sentimiento limitado al lugar donde nuestros afectos arraigan, las fronteras no tienen más explicación que la de convertir a los hombres en enemigos irreconciliables. La patria sin fronteras: Tal es la paradoja que expresa el concepto que de una y otras tenemos formado.

               Para que los pueblos se organicen y formen esas poderosas colectividades que el trabajo, la ciencia y el arte acrecientan, no son necesarias esas fronteras, no son necesarios esos limites absurdos que nos separan. Allí donde la comunidad de intereses, la mancomunidad de afectos y la mutualidad de servicios lo demande se formarán esos organismos que si hoy son de exclusión, serán mañana de generalización; de integración social.

               Dejad que la espontaneidad individual y colectiva se manifieste libremente y sin que el sentimiento de la patria perezca, desaparecerán las fronteras, del mismo modo que se realizará la solidaridad humana sin que se aniquile la familia y el dulce amor que la alimenta.

               Durante mucho tiempo hemos vivido en absoluto en el más brutal egoísmo. Es preciso expansionar nuestros sentimientos más puros y vivir en los demás tanto como en nosotros mismos. Sin esto la vida será siempre un infierno en que luchen a brazo partido los humanos por el raro placer de aniquilarse unos a otros.

HOPE.

Mobedas de la Jara 10 de Julio de 1891

(En La Vanguardia, Vigo, 19/07/1891)

 

 

 Ejército y policía

Ejército y policía I [sen asinar]

               Una de las objeciones que con más frecuencia se hace al desarrollo práctico de la idea anarquista, consiste en suponer que ningún pueblo puede vivir sin ejército y sin policía. Nosotros vamos a demostrar: primero, que el ejército y la policía son un obstáculo a todo desenvolvimiento o progreso social; segundo, que los pueblos pueden pasarse sin el uno y sin la otra; y el tercero, que para afianzar la libertades públicas es necesario suprimir esas dos pretendidas instituciones.

               Todos sabemos que según la supuesta ciencia política, el ejército tiene por objeto mantener la paz y defender a cada pueblo de cualquier agresión inesperada o previamente conocida. Todos sabemos asimismo que la policía existe para mantener el orden y asegurar a cada ciudadano en el servicio de sus funciones. Esto al menos dicen sus defensores y nosotros queremos aceptarlo á fin de discutir en su propio terreno. Los que nos leen comprenderán que pudiéramos muy bien demostrar que ejército y policía tienen un fin distinto del que se les atribuye.

               Con arreglo a lo expuesto consideramos al ejército y a la policía juntamente, como la reunión de los elementos necesarios al mantenimiento de la paz y el orden.

               En primer término haremos observar que la paz y el orden existen sólo donde el ejercicio de la funciones individuales y colectivas se verifica libre y armónicamente. Para cada personalidad,  cualquiera que sea su índole, la paz y el orden resultan de la libertad para producirse sin rozamientos de ninguna especie. Cuando, por el contrario, una personalidad se ve imposibilitada de realizar tal o cual propósito, o al realizarlo tiene que vencer resistencias producidas artificialmente, el orden no existe y la paz es substituida por un estado de guerra más o menos grave.

               Esto sentado, veamos cómo intervienen el ejército y la policía en la vida de los pueblos y en la vida individual.

               Cuando una opinión determinada se hace plaza entre la masa general de una nación, tiende naturalmente á salir del estado, de abstracción ideal para convertirse en realidad viviente. Desde el momento que este deseo se inicia, empieza un periodo de inquietud general seguido de la lucha lenta pero constante de cada día. De un lado, la voluntad popular pretende expansionarse. De otro el orden establecido procura reprimir y reprime toda expansión que le sea contraria. El pueblo, que paga un ejército y una policía para que le asegure en el ejercicio de sus derechos y le defienda contra toda imposición, se ve inmediatamente cohibido por uno y otra y su voluntad queda nula ante la fuerza que ha creado para hacerla cumplir.

               Mas aún. Si el pueblo, sobreponiéndose a la resistencia, en cierto modo pasiva, de las instituciones creadas, se lanza de lleno en la vía revolucionaria y quiere realizar prácticamente sus deseos, los fusiles, los cañones y las bayonetas que paga para su defensa se vuelven contra él en defensa de aquello mismo que pretende destruir. La voluntad popular, buena para elevar al poder al que manda es nula para destituirlo. El ejército y la policía son los instrumentos de la resistencia por cuya mediación el orden se convierte en el brutal despotismo de unos pocos y la paz en el silencio mortal de un pueblo esclavo.

               Si de la vida de las naciones, pasamos a la vida individual, fácil es comprender que los términos de la demostración son semejantes. Un individuo cualquiera se identifica por adaptación o por reflexión con una idea, con un propósito, con un deseo, y por noble que sea la idea, el propósito o el deseo, no puede realizarlo si contraviene en algo las prescripciones legales. Si quiere hacer públicas sus opiniones, basta que sean contrarias al orden de cosas preexistente para que la simple palabra de un hombre vestido de uniforme se lo impida, oponiéndose al derecho de libre manifestación del pensamiento. Si quiere, no ya ganar adeptos, sino obrar por sí mismo llevando a la práctica lo que piensa, por la tendencia natural a traducir en hechos lo que en nuestro cerebro se elabora, entonces la violencia de la fuerza armada lo atropella todo y priva al individuo no solo del ejercicio de sus derechos, sino también del goce de su libertad. El policía y el soldado que pago para que me defiendan de cualquier agresión, llegan hasta a prohibirme la circulación por la vía pública, el uso de la palabra, la expresión de los sentimientos más caros, y así el orden se convierte para el individuo en la servidumbre perpetua y la paz en su muerte civil, pues ni acción le queda para intervenir el la cosa pública.

               No hablaremos de los atropellos policiacos en todos los instantes de la vida, no hablaremos tampoco de los asesinatos ejecutados a sangre fría por los ejércitos que  automáticamente obedecen  los criminales mandatos del poder constituido. Queremos, de un intento, circunscribirnos a la acción legal de la policía y el ejército.

               ¿Qué función desempeñan, en virtud del ligero examen que acabamos de hacer? Una sola: resistir á todo movimiento individual o colectivo, oponerse á todo cambio, a toda iniciativa; impedir, en fin, el desarrollo libre y armónico de las facultades humanas, ya se den en el individuo, ya en la sociedad.

 

               Y como el progreso o desenvolvimiento social se verifica en virtud de iniciativas individuales y colectivas, como no puede existir sin modificaciones continuas, eliminando y substituyendo a cada paso cosas viejas por cosas nuevas, resulta que, evidentemente, el ejército y la policía son un obstáculo permanente al progreso social.

               Los pueblos, para cambiar su política, su religión o su moral han de dominar y vencer, en lucha abierta, a la fuerza armada, porque mientras ellos tienden a mejorar y corregir sus formas sociales y orgánicas, aquella mantiene invariablemente la inmutabilidad de los mecanismos existentes. Así es como el ejército y la policía, organizados para garantizar el libre desenvolvimiento de las actividades, se convierten en poderoso dique á todo adelanto por las mismas actividades producido.

               Esta es la consecuencia inevitable del falso principio en que se funda el orden social. (El Productor, Barcelona, 11/02/1892)

 

Ejército y policía II [sen asinar]

               No faltará quien arguya que si bien es exacta nuestra crítica no por eso deja de ser precisa la existencia del ejército y de la policía, afirmando que son un mal necesario sin el cual no puede existir la sociedad.

               Demostrando que la sociedad puede pasarse sin policía y sin ejército quedará probado que semejante mal necesario solo existe en la mente de los que razonan con arreglo a sus prejuicios de escuela. Demostraremos, por consiguiente, nuestra tesis.

               ¿Quién defenderá a una nación de los ataques de sus vecinas? ¿Quién garantizará su independencia? ¿Quién su tranquilidad?

               ¿Quien defenderá al individuo de cualquier agresión? ¿Quién dirimirá las contiendas de  dos o más hombres?

               Caerá sobre nosotros en seguida una lluvia de preguntas semejantes y a cual más pertinente. Pero, en realidad, ¿hay necesidad de responder negativamente? De ningún modo. Dadas las condiciones actuales de la existencia, la policía y el ejército son necesarios. Con una organización fundada en la autoridad, habituados los hombres a que otros obren por ellos, es indudable la imposibilidad de vivir sin una fuerza armada.

               Ahora bien: ¿cabe suponer hábitos distintos, organización diferente, modos diversos de la actividad humana? Negarlo equivaldría a borrar de un plumazo el progreso.

 

               Es una verdad adquirida por la ciencia que toda función intermitente, tiende a  hacerse habitual, a reproducirse de un modo espontáneo tras la cesación del primer impulso. Así, un acto cualquiera determinado por la voluntad, tiende a repetirse sin conciencia exacta del hecho para el que lo ejecuta. Aún más; toda función se hace tanto más perfecta cuanto más mecánicamente la ejecutamos. El ejercicio fortifica las funciones y los órgano, mientras que el desuso las debilita y las anula. La ley de herencia por otra parte transmite a los seres semejantes una mayor o menor actitud para obrar en determinado sentido dotando a la especie de las perfecciones adquiridas en los desenvolvimientos precedentes.

               Según estos principios, que son casi elementales, la existencia del ejército y de la policía se funda precisamente en el hábito tanto más  fuerte cuanto se ha desarrollado a expensas de la falta de ejercicio de nuestras facultades y mediante la herencia transmitida de generación en generación durante muchos siglos. Es una verdadera excepción la del hombre que interviene en una contienda para evitarla. Lo general, lo casi universal es que nos encojamos desdeñosamente de hombros aún cuando vemos a un semejante nuestro maltratado o herido en medio del arroyo. Pero este hecho no es natural, sino producido por el conocimiento de que hay una policía organizada para casos semejantes. Nuestro primer impulso es siempre intervenir, para evitar la contienda, y de seguro intervendríamos si no se nos ocurriese la idea de que es una tontería exponerse a un contratiempo existiendo una clase de hombres pagados para hacer por obligación lo que nosotros haríamos, como suele decirse, por devoción.

               Del mismo modo no pensaríamos en la guerra si la existencia de los ejércitos no la hiciera presente a nuestro entendimiento en cada instante. La guerra, por otra parte, nunca ha sido provocada por los pueblos sino por los que gobiernan a los pueblos imponiéndoles sus preocupaciones y sus errores.

               Además la guerra ya siendo cada vez más rara y se ve sin gran esfuerzo que tiende a desparecer pese a los poderosos ejércitos que mantienen la naciones.

Ahora bien; supongamos que de pronto quedan los hombres entregados a sí mismos. Es indudable que en muchos casos nuestros hábitos serían más poderosos que nuestros impulsos naturales, pero no lo es menos que en otros muchos dominarían estos últimos.  Los hombres empezarían así a ejercitarse en la función general de la seguridad mutua y cada uno trataría de impedir cualquier atentado o atropello que a su presencia quisiera cometerse.

              

               Y si toda función tiende a hacerse habitual y es tanto más perfecta cuanto más mecánicamente se ejecuta, no cabe dudar que al cabo de cierto tiempo sería tan corriente que los hombres arreglasen por sí mismos sus diferencias como hoy lo es que las arreglen aquellos a quienes pagamos con este fin, siquiera no lo satisfagan casi nunca. 

               En el transcurso de un lapso mayor de tiempo la ley de la herencia transmitiendo de unos a otros el hábito adquirido nos haría más aptos para conservar el orden y la armonía que entre los hombres, dotados de razón, deben reinar siempre, y nuestros órganos y nuestras funciones todas, fortificadas por el ejercicio, harían completamente innecesarios a todos esos guardadores del orden que vestimos de un modo raro para distinguirlos, y la sociedad podría pasarse muy bien sin ejército y sin policía.

               Todavía se nos dirá que puede pasarse sin policía pero no sin ejército por lo menos para un momento dado. No obstante la observación carece de fuerza porque los pueblos no actúan del mismo modo que lo individuos puesto que en aquellos las pasiones están contrapesadas y no hay una voluntad determinada como en el individuo. Quitad las autoridades y los organismos que dirigen los pueblos y los llevan a la guerra colocando su voluntad y su capricho en el lugar correspondiente a la voluntad popular, y será muy difícil que estalle una guerra. Y aún suponiendo lo contrario ¿no sería menos terrible la lucha entre pueblo y pueblo que entre ejército y ejército exclusivamente organizados para la destrucción y la muerte recíproca?

               Es indudable; la policía y el ejército existen porque existe un poder constituido, porque se ha organizado una serie de instituciones para que obren por nosotros. En un estado de libertad completa, la policía y el ejército no se comprenden, son innecesarios. Así como la autoridad supone un órgano principal y órganos secundarios que la hagan respetar, y en este caso se encuentran la policía y el ejército, la libertad, la anarquía en su desarrollo práctico, supone a los hombres y a los pueblos obrando por si mismos, sin necesidad de órganos artificiales, ni principales ni secundarios.

               Una vez admitido que la sociedad puede existir sin gobierno, hay que admitir también que puede pasarse sin policía y sin ejército. Demostrar que puede existir sin gobierno no es de este momento por que solo tratamos de refutar a los que nos arguyen en último extremo con el caso particular de la policía y el ejército. Que puede la sociedad pasarse sin ejército y sin policía queda demostrado, como nos proponíamos.

 

               Suprímanse todos los organismos que se abrogan nuestra representación y obran por nosotros, y muy pronto nuevos hábitos sustituirán a los viejos, gastados hábitos políticos, permitiéndonos arreglar todos nuestros asuntos por nosotros mismos y haciendo patente la posibilidad de que los pueblos vivan y se desenvuelvan sin ejército y policía (El Productor, Barcelona, 18/02/1892).

 

Ejército y policía III Y ÚLTIMO [R. M.]

               Hemos demostrado, como habíamos prometido, que el ejército y la policía son un obstáculo a todo desenvolvimiento o progreso social, y que la sociedad puede pasarse sin policía y sin ejército. Falta ahora probar qué es necesario para afianzar las libertades públicas, suprimidas aquellas pretendidas instituciones.

               En la primera de nuestras demostraciones se halla contenida esta última proposición sin necesidad de nuevas pruebas. Pero como pudiera argumentarse con una modificación de las condiciones esenciales de la existencia del ejército y de la policía, es preciso que digamos aún unas palabras.

               Debe tenerse en cuenta que en nuestro análisis no hemos asignado a la policía y al ejército estas o las otras condiciones, sino que hemos hecho el examen de un modo general, ateniéndonos a los caracteres fundamentales de los organismos creados para mantener el orden.

               Esto, no obstante, cabe preguntar: ¿no habría modo de hacer que la policía y el ejército sirvieran realmente a la nación, afianzando el ejército del derecho y garantizándolo a todo el mundo?

               Nuestra contestación es categórica: no. Suponiendo un poder organizado, siempre la policía y el ejército servirán los fines del poder y no los del público. La jerarquía, sin la cual no es posible el Estado y su corolario el gobierno, obligará de todos modos a que dichos dos organismos mantengan por la fuerza formas determinadas preexistentes de la política, pese a la voluntad popular abiertamente manifestada. Si, por el contrario, se supone eliminado todo poder constituido, solo podrían existir el ejército y la policía siendo en si mismos verdaderos poderes, árbitros del orden y de la paz. No creemos que haya quien se atreva a suscribir esta idea que pondría en manos de la fuerza armada nuestros destinos. Por eso no nos detendremos a combatirla.

               De hecho eso es realmente lo que ocurre. Los altos dignatarios de la milicia y los superiores jerárquicos de la policía disponen en absoluto de la seguridad personal y de la seguridad social, como que ellos salen los que han de constituir los gobiernos.

               ¿Cómo conseguiríamos que en un momento dado en que la opinión se modifica, se pusiese el ejército y la policía de parte de la nación y en frente del gobierno? de ningún modo, porque esto sería lo mismo que poner a un gobierno en frente de sí mismo tratando de destruirse.

Figurémonos la más grande de las revoluciones: figurémonos que la fuerza popular vence a la fuerza armada y la reconduce a la obediencia; figurémonos que al día siguiente se constituye el nuevo gobierno de acuerdo con las nuevas opiniones. Pues desde este mismo instante el ejército y la policía vencidos, recobrarán sus prerrogativas colocándose de nuevo al lado del poder constituido y tratando de impedir y reprimiendo toda manifestación popular, todo acto individual que tienda á modificar lo existente.

               Si el nuevo gobierno no se constituyera y el pueblo obrara por sí mismo, el ejército y la policía desaparecerían instantáneamente. No teniendo ya que esos que sostener ninguna institución, ningún poder, se disolverían por sí mismos.

               Y así como para establecer definitivamente la libertad de acción y de pensamiento, la libertad en todos sus modos y formas, es preciso suprimir el Estado y los gobiernos, así para afianzar esa misma libertad es necesario suprimir el ejército y la policía.

               No hay medio hábil de ponerlos al servicio del pueblo. Todo lo que se puede hacer es ponerlos al servicio de nuevas formas de gobierno. Desafiamos a quien quiera que nos demuestre lo contrario.

               El vicio de todas las revoluciones pasadas es el de confiar a unos cuántos la realización de los nuevos ideales. Cada una de estas realizaciones parciales ha tendido siempre a convertirse en definitiva y permanente, de aquí la necesidad de apelar una y otra vez a la fuerza para conseguir una parcela de más libertad. La consecuencia de estos hechos históricos es la supresión de todo gobierno para que no cristalizando los nuevos ideales en formas cerradas e invariables del orden social, quede siempre expedito el campo a modificaciones continuas de la vida individual y colectiva.

 

               Del mismo modo y como una consecuencia indeclinable, toda fuerza organizada para reglamentar la conducta debe desaparecer, porque constituye una amenaza constante a la libre expansión de las ideas y de los sentimientos.

               El pueblo tendrá la seguridad de progresar y ser libre de un modo permanente, sin cataclismos y luchas sangrientas, cuando no exista un ejército a disparar fusiles al menor asomo de manifestación popular, cuando haya desaparecido una policía que vigila a cada ciudadano como se vigila a una fiera dañina para enjaularla o matarla a mansalva.

               Mientras existan ejército y policía, cada progreso conquistado significará la negación del subsiguiente.

               Para que la afirmación de un adelanto, de un progreso contenga necesariamente la posibilidad o más bien la certeza del progreso futuro, es preciso suprimir el ejercito y la policía, dos fuerzas organizadas para mantener, como ya hemos dicho, la inmutabilidad de lo existente.

Todos los que defienden la teoría del progreso y dejan en pie la organización del poder y de la fuerza, deben fijarse en lo que dejamos expuesto, porque prueba su inconsistencia o su maldad. Lógicamente, cuantos quieran el progreso indefinido de las sociedades humanas, han de querer también la anulación de todo poder y de toda fuerza permanente, so pena de hacer traición a sus propias ideas.

               La fuerza organizada, llámese ejército o policía, es la negación violenta de un porvenir mejor. Anhelar este, queriendo conservar aquella, es o una locura o una infamia.

               En conclusión: puesto que la policía y el ejército son un obstáculo a todo desenvolvimiento social; puesto que los pueblos pueden pasarse sin dichas dos fuerzas, puesto que, en fin, no es posible ponerlas nunca al servicio del pueblo, es sin duda alguna necesario, para establecer y afianzar la libertad de modo definitivo, suprimir de raíz todo poder constituido, toda fuerza armada y, por tanto, la policía y el ejército, resumen y compendio de la resistencia a toda innovación.- R. M. (El Productor, Barcelona, 3/03/1892)

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